De Guillermo Álvarez:
"No es lo mismo Benedetti que Onetti
Escribió Onetti: “Que cada uno busque dentro de sí mismo, que es el único lugar donde puede encontrarse la verdad y todo ese montón de cosas cuya persecución, fracasada siempre, produce la obra de arte. Fuera de nosotros no hay nada, nadie. La literatura es un oficio; es necesario aprenderlo, pero más aún es necesario crearlo.
Hay un solo camino. El que hubo siempre. Que el creador de verdad tenga la fuerza de vivir solitario y mire dentro suyo. Que comprenda que no tenemos huellas para seguir, que el camino habrá de hacérselo cada uno, tenaz y alegremente, cortando la sombra del monte y los arbustos enanos”.
No sé quién escribió la contratapa de la colección de Relatos de Faulkner, maestro reconocido de Onetti, en Anagrama. Dice así: “La historia regional y humana del sur tiene su piedra angular en los graves conflictos morales derivados de la derrota y crisis de los estados esclavistas. Una profunda, serena y a veces terrible metáfora sobre la decadencia de las estirpes tradicionales abocadas a su propia extinción, el lento y corrosivo desarraigo con la tierra, la pérdida de contacto con la naturaleza, en definitiva, con las propias señas de identidad. Este proceso de deterioro responde a una intensa noción de culpa, omnipresente e insuperable, que otorga a la narrativa del autor una inequívoca dimensión universal que bucea en los límites de la condición humana”.
“El tema unificador de la obra de Onetti”, según el resumen que aparece en la página web El Poder de la Palabra, “es la corrupción de la sociedad, sus efectos sobre el individuo y las dificultades para encontrar una respuesta adecuada a ella y el del hombre que persigue una ilusión a sabiendas de que lo es y que además es absurda”.
Los personajes de Onetti se enfrentan –con más o menos suerte –a sus propios fantasmas sin quejarse y asumiendo su culpa -tal como los sureños de Faulkner -.
Los uruguayos, por el contrario, nos hemos ido convirtiendo en personajes de Benedetti, tipos que siempre buscan –y peor aún, encuentran –la culpa afuera, sea en los pitucos, el imperio, los militares o la derecha, lo que nos vuelve quejosos, sentimentales y didácticos (nos gusta que nos digan qué tenemos que decirles a los jóvenes, a los trabajadores, a las mujeres, al pueblo, para que sepan qué es lo que tienen que hacer).
Porque Benedetti, a diferencia de Onetti, reinstala en didactismo y la moraleja y nos vuelve groseramente esquemáticos (todos los buenos están de un lado del espectro político –la izquierda frenteamplista –y todos los malos del otro).
El Uruguay ha acompañado este cambio. Desaparece el desafío que plantea Onetti –y que nos lleva al arte –y nos queda el esquema; la duda, que es germinal, es sustituida por la certeza, que es estática; lo políticamente incorrecto por la dictadura del corazón, el kitsch."
Escribió Onetti: “Que cada uno busque dentro de sí mismo, que es el único lugar donde puede encontrarse la verdad y todo ese montón de cosas cuya persecución, fracasada siempre, produce la obra de arte. Fuera de nosotros no hay nada, nadie. La literatura es un oficio; es necesario aprenderlo, pero más aún es necesario crearlo.
Hay un solo camino. El que hubo siempre. Que el creador de verdad tenga la fuerza de vivir solitario y mire dentro suyo. Que comprenda que no tenemos huellas para seguir, que el camino habrá de hacérselo cada uno, tenaz y alegremente, cortando la sombra del monte y los arbustos enanos”.
No sé quién escribió la contratapa de la colección de Relatos de Faulkner, maestro reconocido de Onetti, en Anagrama. Dice así: “La historia regional y humana del sur tiene su piedra angular en los graves conflictos morales derivados de la derrota y crisis de los estados esclavistas. Una profunda, serena y a veces terrible metáfora sobre la decadencia de las estirpes tradicionales abocadas a su propia extinción, el lento y corrosivo desarraigo con la tierra, la pérdida de contacto con la naturaleza, en definitiva, con las propias señas de identidad. Este proceso de deterioro responde a una intensa noción de culpa, omnipresente e insuperable, que otorga a la narrativa del autor una inequívoca dimensión universal que bucea en los límites de la condición humana”.
“El tema unificador de la obra de Onetti”, según el resumen que aparece en la página web El Poder de la Palabra, “es la corrupción de la sociedad, sus efectos sobre el individuo y las dificultades para encontrar una respuesta adecuada a ella y el del hombre que persigue una ilusión a sabiendas de que lo es y que además es absurda”.
Los personajes de Onetti se enfrentan –con más o menos suerte –a sus propios fantasmas sin quejarse y asumiendo su culpa -tal como los sureños de Faulkner -.
Los uruguayos, por el contrario, nos hemos ido convirtiendo en personajes de Benedetti, tipos que siempre buscan –y peor aún, encuentran –la culpa afuera, sea en los pitucos, el imperio, los militares o la derecha, lo que nos vuelve quejosos, sentimentales y didácticos (nos gusta que nos digan qué tenemos que decirles a los jóvenes, a los trabajadores, a las mujeres, al pueblo, para que sepan qué es lo que tienen que hacer).
Porque Benedetti, a diferencia de Onetti, reinstala en didactismo y la moraleja y nos vuelve groseramente esquemáticos (todos los buenos están de un lado del espectro político –la izquierda frenteamplista –y todos los malos del otro).
El Uruguay ha acompañado este cambio. Desaparece el desafío que plantea Onetti –y que nos lleva al arte –y nos queda el esquema; la duda, que es germinal, es sustituida por la certeza, que es estática; lo políticamente incorrecto por la dictadura del corazón, el kitsch."
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