l y científico, ese fenómeno narrado por quienes han pasado por tan rimbombante experiencia de vida (o de muerte, vaya uno a saberlo).
Y afirman empíricamente los eruditos, que basta con tener fundamentos básicos de ciencia y cosmografía para poder comprenderlo fácilmente; en tal sentido quienes defienden esta línea de pensamiento sostienen que la imagen viaja a la velocidad de la luz, de tal suerte que un observador que se encontrase a un día luz de la tierra, y estuviese enfocado por decir algo, en esta ciudad , estaría viendo en este preciso momento lo que ha sucedido ayer , es así que estaría viendo el pasado en el presente.
Bueno en esa misma línea de pensamiento podemos decir sin temor a equivocarnos, que si miramos al cielo y fijamos la vista sobre la cruz del sur, estaremos viendo en realidad un cielo del pasado, pues si por ahí algunas de las estrellas que componen la mítica constelación, estallara en mil pedazos en este preciso instante, la imagen de ese cataclismo cósmico recién nos llegaría dentro de unas cuantas centenas de años, que es el tiempo en que la imagen demora en cruzar las vastedades del universo.
O sea lisa y llanamente, al elevar la mirada al firmamento lo que estamos viendo en realidad es el pasado de la galaxia, pues el presente nadie sabe lo que puede estar sucediendo, o lo que sucedió desde que la última imagen de una estrella partió de su rincón de origen.
La verdad no es muy difícil de comprender, y fue así que siguiendo esa misma línea de raciocinio que abarca una excéntrica concepción entre filosófica y teológica del universo, sobre el tiempo y sus intimidades mas recónditas , lo que llevó a que un tal Federich Michel, un veterano sacerdote astrofísico Austriaco, le confesara en el año 1971 al mismísimo Ware Higgs, ese pensador que puso en el tapete la idea del bosón que lleva su nombre, y que ha sido rebautizado con el blasfemo apodo de “la partícula de Dios”, afirmando de que si alguien estuviese viendo la tierra desde un planeta que estuviese a una distancia de 2000 años luz, y fijara su telescopio hacia Jerusalén, podría estar asistiendo en este momento a la crucifixión del nazareno…
Y en ese no tan divagante análisis de la realidad física y cuántica del universo, el clérigo científico llegó a la conclusión de que si lográramos la tecnología necesaria, y pudiésemos romper con la barrera de la velocidad de la luz, bien que podríamos comenzar a ver el tiempo marcha atrás; o sea si lograríamos un aparato que superara la velocidad con que la imagen se propaga en el universo, lograríamos comenzar a ver el tiempo marchar hacia atrás.
Dicho de otra forma , pues dicho así así se torna medio peliagudo de entender, pero si razonamos un poco lo entendemos muy claramente…por ejemplo si estamos sentados en el patio de casa y pudiésemos partir con una maquina mas rápida que la luz, en un minuto por ejemplo estaríamos alcanzando la imagen del patio “un minuto atrás” o sea estaríamos viendo el pasado y volviendo el tiempo marcha atrás.
Bueno es así y con ese barroco modo de ver la realidad, que los científicos creen encontrarle una razón lógica que justifique esa sensación de que la toda vida pasa delante de tus ojos en el momento de la muerte (según quienes dicen haber experimentado el tan mentado ECM), pues según quienes sustentan esa idea, el alma habrá de desprenderse del cuerpo y emprender un viaje astral a tal velocidad, que excedería a la de la luz, y por eso podría ver perfectamente toda nuestra vida pasar delante de sus ojos como una película.
La verdad por mas que suene medio raro, y blasfemo a la vez, no es algo a despreciar tan de cuajo así, máxime cuando el radicalismo irracional del fanatismo de uno y otro lado , sostiene de forma tan liviana que la idea de que la ciencia y el credo son cosas que no pueden ni deben de conciliarse.
Desde su génesis mas remota, la religión y la ciencia han procurado allanar caminos de entendimientos, y han recorrido sendas adjuntas y conciliables, y pese a que el fanatismo irracional reivindica el oscurantismo (tal vez por aquello de que el ladrón juzga por su condición), los mas revolucionarios conceptos científicos, tuvieron su fuente en el abonado cerebro de pensadores religiosos.
Fue religioso Pitágoras el de los teoremas y teorías, acertijos y enunciaciones; fue religioso Pasteur el del mundo microscópico y también fue religioso Galileo el de la órbita desorbitante; así como también fue religioso Da Vinci el de la Lisa Gherardini con su sonrisa sugestiva, y la del helicóptero pensado y vaya a saberse sino ejecutado. Fueron religioso tanto Heráclito, como Hipócrates, Freud, Einstein y el mismísimo Darwin, cuya incomprensión eclesiástica lo martirizaba y hería; y eso solo por hablar de occidente, sin entrar a vascular en oriente donde la paliza dialéctica es aun mucho mayor y mas devastadora.
Si bien la miopía del insano, se detiene en el oscurantismo de la inquisición, no es posible deslindar a la química alquímica de los monasterios de los monjes Bernardinos, así como la astrofísica se sustenta en el meditativo cabildeo de los pensadores Cátaros, tanto como los Anglicanos y Luteranos, le dieron el amparo a la ciencia cuando la corrupción romana los perseguía y defenestraba.
Y hoy luego de que el fracaso dogmático pusiera en riesgo la mismísima supervivencia de la especie, con la bubónica primero y después con la tuberculosis, y los corrompidos ortodoxos cedieron ante los luminosos del racionalistas, y así irrumpe Fleming con su penicilina salvadora entre otros tantos, hoy cuando la ciencia copa y deslumbra, se hace necesario la fresca brisa de la teología que reeditada y reformada, le brinda el sustento necesario para avanzar sin tropiezos, consientes que mas allá de la corrupción avasallante de los dogmáticos pervertidos y pervertidores, de uno y otro lado, es posible concebir al Creador y su obra magnánima , aun cuando el acelerador de partículas de la frontera Franco-Suiza hace alarde de la ciencia ya desinhibida y liberada, y traspasa la frontera de lo concebible y logra ver y aislar la partícula que le da masa (y sentido) al universo, y en su avanzar logra incluso a explicar la muerte (y la eternidad) de manera racional y empírica.
Y afirman empíricamente los eruditos, que basta con tener fundamentos básicos de ciencia y cosmografía para poder comprenderlo fácilmente; en tal sentido quienes defienden esta línea de pensamiento sostienen que la imagen viaja a la velocidad de la luz, de tal suerte que un observador que se encontrase a un día luz de la tierra, y estuviese enfocado por decir algo, en esta ciudad , estaría viendo en este preciso momento lo que ha sucedido ayer , es así que estaría viendo el pasado en el presente.
Bueno en esa misma línea de pensamiento podemos decir sin temor a equivocarnos, que si miramos al cielo y fijamos la vista sobre la cruz del sur, estaremos viendo en realidad un cielo del pasado, pues si por ahí algunas de las estrellas que componen la mítica constelación, estallara en mil pedazos en este preciso instante, la imagen de ese cataclismo cósmico recién nos llegaría dentro de unas cuantas centenas de años, que es el tiempo en que la imagen demora en cruzar las vastedades del universo.
O sea lisa y llanamente, al elevar la mirada al firmamento lo que estamos viendo en realidad es el pasado de la galaxia, pues el presente nadie sabe lo que puede estar sucediendo, o lo que sucedió desde que la última imagen de una estrella partió de su rincón de origen.
La verdad no es muy difícil de comprender, y fue así que siguiendo esa misma línea de raciocinio que abarca una excéntrica concepción entre filosófica y teológica del universo, sobre el tiempo y sus intimidades mas recónditas , lo que llevó a que un tal Federich Michel, un veterano sacerdote astrofísico Austriaco, le confesara en el año 1971 al mismísimo Ware Higgs, ese pensador que puso en el tapete la idea del bosón que lleva su nombre, y que ha sido rebautizado con el blasfemo apodo de “la partícula de Dios”, afirmando de que si alguien estuviese viendo la tierra desde un planeta que estuviese a una distancia de 2000 años luz, y fijara su telescopio hacia Jerusalén, podría estar asistiendo en este momento a la crucifixión del nazareno…
Y en ese no tan divagante análisis de la realidad física y cuántica del universo, el clérigo científico llegó a la conclusión de que si lográramos la tecnología necesaria, y pudiésemos romper con la barrera de la velocidad de la luz, bien que podríamos comenzar a ver el tiempo marcha atrás; o sea si lograríamos un aparato que superara la velocidad con que la imagen se propaga en el universo, lograríamos comenzar a ver el tiempo marchar hacia atrás.
Dicho de otra forma , pues dicho así así se torna medio peliagudo de entender, pero si razonamos un poco lo entendemos muy claramente…por ejemplo si estamos sentados en el patio de casa y pudiésemos partir con una maquina mas rápida que la luz, en un minuto por ejemplo estaríamos alcanzando la imagen del patio “un minuto atrás” o sea estaríamos viendo el pasado y volviendo el tiempo marcha atrás.
Bueno es así y con ese barroco modo de ver la realidad, que los científicos creen encontrarle una razón lógica que justifique esa sensación de que la toda vida pasa delante de tus ojos en el momento de la muerte (según quienes dicen haber experimentado el tan mentado ECM), pues según quienes sustentan esa idea, el alma habrá de desprenderse del cuerpo y emprender un viaje astral a tal velocidad, que excedería a la de la luz, y por eso podría ver perfectamente toda nuestra vida pasar delante de sus ojos como una película.
La verdad por mas que suene medio raro, y blasfemo a la vez, no es algo a despreciar tan de cuajo así, máxime cuando el radicalismo irracional del fanatismo de uno y otro lado , sostiene de forma tan liviana que la idea de que la ciencia y el credo son cosas que no pueden ni deben de conciliarse.
Desde su génesis mas remota, la religión y la ciencia han procurado allanar caminos de entendimientos, y han recorrido sendas adjuntas y conciliables, y pese a que el fanatismo irracional reivindica el oscurantismo (tal vez por aquello de que el ladrón juzga por su condición), los mas revolucionarios conceptos científicos, tuvieron su fuente en el abonado cerebro de pensadores religiosos.
Fue religioso Pitágoras el de los teoremas y teorías, acertijos y enunciaciones; fue religioso Pasteur el del mundo microscópico y también fue religioso Galileo el de la órbita desorbitante; así como también fue religioso Da Vinci el de la Lisa Gherardini con su sonrisa sugestiva, y la del helicóptero pensado y vaya a saberse sino ejecutado. Fueron religioso tanto Heráclito, como Hipócrates, Freud, Einstein y el mismísimo Darwin, cuya incomprensión eclesiástica lo martirizaba y hería; y eso solo por hablar de occidente, sin entrar a vascular en oriente donde la paliza dialéctica es aun mucho mayor y mas devastadora.
Si bien la miopía del insano, se detiene en el oscurantismo de la inquisición, no es posible deslindar a la química alquímica de los monasterios de los monjes Bernardinos, así como la astrofísica se sustenta en el meditativo cabildeo de los pensadores Cátaros, tanto como los Anglicanos y Luteranos, le dieron el amparo a la ciencia cuando la corrupción romana los perseguía y defenestraba.
Y hoy luego de que el fracaso dogmático pusiera en riesgo la mismísima supervivencia de la especie, con la bubónica primero y después con la tuberculosis, y los corrompidos ortodoxos cedieron ante los luminosos del racionalistas, y así irrumpe Fleming con su penicilina salvadora entre otros tantos, hoy cuando la ciencia copa y deslumbra, se hace necesario la fresca brisa de la teología que reeditada y reformada, le brinda el sustento necesario para avanzar sin tropiezos, consientes que mas allá de la corrupción avasallante de los dogmáticos pervertidos y pervertidores, de uno y otro lado, es posible concebir al Creador y su obra magnánima , aun cuando el acelerador de partículas de la frontera Franco-Suiza hace alarde de la ciencia ya desinhibida y liberada, y traspasa la frontera de lo concebible y logra ver y aislar la partícula que le da masa (y sentido) al universo, y en su avanzar logra incluso a explicar la muerte (y la eternidad) de manera racional y empírica.
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