zaban el cumplimiento de la congoja ajena, por aquellos días no estaban obligados a tales padecimientos, y bien sabido es que se servían de los sobrantes de los sufrientes, para adelantarse en los goces celestiales, goces que los sufridores solo habrían de degustar mas allá del sepulcro.
El mismísimo Lutero cuando en su tiempos de sacerdote católico, quiso ver con sus propios ojos tales desmanes, tan horrorizado quedó, que llegó pronunciar aquello de que “si el infierno realmente existe, debe de estar debajo de Roma”; solo porque vio a los Cardenales degustando de un opíparo banquete servido por doce doncellas desnudas.
Mas allá de que aun no entiendo la razón de la indignación del que a la postre fuera el fundador del protestantismo, puedo calibrar su indignación apenas rememorando algún pasaje de los Miserables de Víctor Hugo, y no mucho mas, no por cierto por lo de la denudes de las doncellas…
Es que al final en la plusvalía del esfuerzo popular por lograr la felicidad eterna con la penuria del sacrificio terrenal, se fueron forjando los fondos que financiaron los templos y catedrales, monasterios y castillos que hoy embellecen los horizontes del viejo mundo , ahogando los gemidos de los torturados y flagelados que aun parecen querer brotar de los cimientos de esas monumentales construcciones palaciegas, que parecen querer tocar el cielo, y a la vez besar el infierno.
Porque al fin la felicidad es, el fin y el principio, el alfa y omega, que nos impulsa y propulsa como individuos y colectividades.
Desde Diógenes el Perro, hasta Alejandro el Magno, Sócrates el Feo, Agustín el enigmático, Freud el que adivinaba el pasado, Nostradamus el que adivinaba el futuro, todos más o menos buscaban lo mismo, el secreto enigma de la felicidad humana.
Madame Curie, Juana de Arco, Dolores Ibárruri, Rosa Luxemburgo , todo eso por no nombrar a Lilith la primogénita, la que precedió a la mismísima Eva, y que el creador la desechó por muy audaz, y todo eso por nombrar a algunas de ellas. También todas al fin también andaban en busca de la felicidad.
Y fue también en busca de la felicidad lo de la mordida al fruto prohibido en el Edén, cosa de lo que no estoy tan arrepentido, como parte de los creados a imagen y semejanza del supremo.
Porque al fin no hay pensador, ni sistema social ni político ni teológico, ni organización administrativa que no aluda en el fondo o en el frente en su vocación y función indisimulada, que la de procurar la felicidad individual o colectiva.
Marx, Engels, Adam Smit o JHon Locke de uno y otro lado al fin y al cabo lo reivindicaban, de una u otra manera.
El capitalismo la privatiza y la cotiza, el socialismo la estatiza y burocratiza.
Durante mucho tiempo, tanto tiempo que casi se hizo eterno, la felicidad fue patrimonio exclusivo del obispo, quien requería de una confesión casi que inquisidora para liberarla, pero en las últimas décadas, después que las grandes guerras devastaron los templos y demolieron los tabernáculos, la felicidad se liberó de las cadenas del altar y cada cual tomó su parte e hizo de ella lo que bien entendía, hasta que vino el gobierno y la tomó para si, y ahí la cosa se puso peluda.
Porque entonces para ser feliz había que afiliarse al partido, al sindicato, al comité y en entonces al final el dirigente tomó el lugar del obispo y cambiamos cuervo por carancho.
Y para colmo de males, como si eso fuera poco, cuando creíamos que ya teníamos bastante nos aparece el mercado, con su sed inagotable, con su hambre insaciable, sin religión, sin partido sin credo, sin ideología, sin principio y sin final.
Con su stock inagotable que nunca da abasto, el mercado te ofrece mercancías al contado, a plazo y a crédito (su favorito), con su capacidad inaudita de poder hacerte feliz por un rato , aunque mas nos sea; pues cuando crees que alcanzaste la panacea de la felicidad plena, el mercado te demuestra que hay otro producto que es mas perfecto aun , mas novedoso y que ese si te va hacer feliz.
Y cuando adviertes que no adelanta, cuando ya cansado de consumir y consumir la felicidad descartable de todos los días, ya obeso de tanta grasa saturada, de tanto chip y 3D, al final solo te queda la sensación de un gran vació, de una insatisfacción perene y reeditada, la angustia te somete y la felicidad se te escabulle como agua entre los dedos . Pero el mercado generoso y omnipotente aun tiene reservado para ti algo mejor “la droga”, esa que en un minuto te hace volar hasta Saturno, en un viaje de felicidad esférica , que durante un rato te hace sentir pleno.
Pena que después se desvanece y vuelves nuevamente al devastado plantea tierra, y ya sin dinero, ni saldo en tu tarjeta, ni crédito, ni saldo, tienes que hacer lo que no se debe hacer para poder gozar de un poquito más de felicidad, y ahí si el ciclo del mercado está completo, y ya no hay más vuelta atrás.
Y entre el Templo, y el gobierno, entre el mercado y el crédito, en esa lucha inacabada por la felicidad que es al fin la razón primera y ultima, alfa y omega de nuestra incompleta existencia, terminas desayunándote que has perdido definitivamente la esencia de tu propia naturaleza.
Pero volvemos al principio, los que aun tenemos tiempo de volver, volvemos a entender que la felicidad está en el principio fundamental del camino en procura de buscarla, pues al fin y al cabo comprendemos que la felicidad no es nunca una meta, sino que un camino.
Y descubrimos que poco hemos avanzado desde la lóbrega Edad Media cuando el Obispo administraba el camino a la felicidad exigiendo la penuria y el sacrificio; hoy el mercado como ayer el dirigente, siguen aprovechando de esa plusvalía, y explotando la inocencia del incauto, hoy la droga envenena a la juventud, después de la droga el camino se bifurca entre la muerte o la cárcel sin mas remedio, pero a no engañarse alguien gana en todo esto , y el que gana construye y destruye, y en un mañana no muy lejano, castillos y palacios habrán de testificar la agonía de una generación que en el afán de ser felices, se dejaron seducir, y acabaron cimentando la felicidad ajena, del mismo modo como en un ayer no tan lejano, los Miserables que nos describió Victor Hugo ofertaron su existencia, en pos de ganar una prometida felicidad mas allá del sepulcro.
Y bueno los de ayer por lo menos morían con esa utopía, lo de hoy ni siquiera eso.
El mismísimo Lutero cuando en su tiempos de sacerdote católico, quiso ver con sus propios ojos tales desmanes, tan horrorizado quedó, que llegó pronunciar aquello de que “si el infierno realmente existe, debe de estar debajo de Roma”; solo porque vio a los Cardenales degustando de un opíparo banquete servido por doce doncellas desnudas.
Mas allá de que aun no entiendo la razón de la indignación del que a la postre fuera el fundador del protestantismo, puedo calibrar su indignación apenas rememorando algún pasaje de los Miserables de Víctor Hugo, y no mucho mas, no por cierto por lo de la denudes de las doncellas…
Es que al final en la plusvalía del esfuerzo popular por lograr la felicidad eterna con la penuria del sacrificio terrenal, se fueron forjando los fondos que financiaron los templos y catedrales, monasterios y castillos que hoy embellecen los horizontes del viejo mundo , ahogando los gemidos de los torturados y flagelados que aun parecen querer brotar de los cimientos de esas monumentales construcciones palaciegas, que parecen querer tocar el cielo, y a la vez besar el infierno.
Porque al fin la felicidad es, el fin y el principio, el alfa y omega, que nos impulsa y propulsa como individuos y colectividades.
Desde Diógenes el Perro, hasta Alejandro el Magno, Sócrates el Feo, Agustín el enigmático, Freud el que adivinaba el pasado, Nostradamus el que adivinaba el futuro, todos más o menos buscaban lo mismo, el secreto enigma de la felicidad humana.
Madame Curie, Juana de Arco, Dolores Ibárruri, Rosa Luxemburgo , todo eso por no nombrar a Lilith la primogénita, la que precedió a la mismísima Eva, y que el creador la desechó por muy audaz, y todo eso por nombrar a algunas de ellas. También todas al fin también andaban en busca de la felicidad.
Y fue también en busca de la felicidad lo de la mordida al fruto prohibido en el Edén, cosa de lo que no estoy tan arrepentido, como parte de los creados a imagen y semejanza del supremo.
Porque al fin no hay pensador, ni sistema social ni político ni teológico, ni organización administrativa que no aluda en el fondo o en el frente en su vocación y función indisimulada, que la de procurar la felicidad individual o colectiva.
Marx, Engels, Adam Smit o JHon Locke de uno y otro lado al fin y al cabo lo reivindicaban, de una u otra manera.
El capitalismo la privatiza y la cotiza, el socialismo la estatiza y burocratiza.
Durante mucho tiempo, tanto tiempo que casi se hizo eterno, la felicidad fue patrimonio exclusivo del obispo, quien requería de una confesión casi que inquisidora para liberarla, pero en las últimas décadas, después que las grandes guerras devastaron los templos y demolieron los tabernáculos, la felicidad se liberó de las cadenas del altar y cada cual tomó su parte e hizo de ella lo que bien entendía, hasta que vino el gobierno y la tomó para si, y ahí la cosa se puso peluda.
Porque entonces para ser feliz había que afiliarse al partido, al sindicato, al comité y en entonces al final el dirigente tomó el lugar del obispo y cambiamos cuervo por carancho.
Y para colmo de males, como si eso fuera poco, cuando creíamos que ya teníamos bastante nos aparece el mercado, con su sed inagotable, con su hambre insaciable, sin religión, sin partido sin credo, sin ideología, sin principio y sin final.
Con su stock inagotable que nunca da abasto, el mercado te ofrece mercancías al contado, a plazo y a crédito (su favorito), con su capacidad inaudita de poder hacerte feliz por un rato , aunque mas nos sea; pues cuando crees que alcanzaste la panacea de la felicidad plena, el mercado te demuestra que hay otro producto que es mas perfecto aun , mas novedoso y que ese si te va hacer feliz.
Y cuando adviertes que no adelanta, cuando ya cansado de consumir y consumir la felicidad descartable de todos los días, ya obeso de tanta grasa saturada, de tanto chip y 3D, al final solo te queda la sensación de un gran vació, de una insatisfacción perene y reeditada, la angustia te somete y la felicidad se te escabulle como agua entre los dedos . Pero el mercado generoso y omnipotente aun tiene reservado para ti algo mejor “la droga”, esa que en un minuto te hace volar hasta Saturno, en un viaje de felicidad esférica , que durante un rato te hace sentir pleno.
Pena que después se desvanece y vuelves nuevamente al devastado plantea tierra, y ya sin dinero, ni saldo en tu tarjeta, ni crédito, ni saldo, tienes que hacer lo que no se debe hacer para poder gozar de un poquito más de felicidad, y ahí si el ciclo del mercado está completo, y ya no hay más vuelta atrás.
Y entre el Templo, y el gobierno, entre el mercado y el crédito, en esa lucha inacabada por la felicidad que es al fin la razón primera y ultima, alfa y omega de nuestra incompleta existencia, terminas desayunándote que has perdido definitivamente la esencia de tu propia naturaleza.
Pero volvemos al principio, los que aun tenemos tiempo de volver, volvemos a entender que la felicidad está en el principio fundamental del camino en procura de buscarla, pues al fin y al cabo comprendemos que la felicidad no es nunca una meta, sino que un camino.
Y descubrimos que poco hemos avanzado desde la lóbrega Edad Media cuando el Obispo administraba el camino a la felicidad exigiendo la penuria y el sacrificio; hoy el mercado como ayer el dirigente, siguen aprovechando de esa plusvalía, y explotando la inocencia del incauto, hoy la droga envenena a la juventud, después de la droga el camino se bifurca entre la muerte o la cárcel sin mas remedio, pero a no engañarse alguien gana en todo esto , y el que gana construye y destruye, y en un mañana no muy lejano, castillos y palacios habrán de testificar la agonía de una generación que en el afán de ser felices, se dejaron seducir, y acabaron cimentando la felicidad ajena, del mismo modo como en un ayer no tan lejano, los Miserables que nos describió Victor Hugo ofertaron su existencia, en pos de ganar una prometida felicidad mas allá del sepulcro.
Y bueno los de ayer por lo menos morían con esa utopía, lo de hoy ni siquiera eso.
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