mi viaje solitario, cedo a la llamada primordial de la estupidez, mis oídos se llenan de voces de sirenas. ¡Inteligencia, hasta luego! Ya no pienso, ya no busco, ya no quiero. Una dulcísima languidez me invade, al igual que al cabo de un insomnio prolongado nuestros nervios se disuelven por fin en el agotamiento voluptuoso del sueño. Ahora me dirijo a vosotros y os pregunto: “Para nosotros, hijos de la Inteligencia, para nosotros, hijos del Pecado, ¿no será acaso esta llamada la lejanísima y nostálgica del Paraíso Perdido? Alberto Savinio.
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